Un viaje empieza en un punto y termina en otro. Estamos en el punto de partida y elegimos el destino, aunque realmente suele ser éste el que nos elige a nosotros. Pero a veces hay un problema que consiste en que no tenemos claro a donde queremos llegar, y entonces nuestra vida se convierte en una sucesión de múltiples lugares de paso, en los que nos vamos desesperando porque parece que nunca vamos a llegar a donde nos habíamos propuesto.
Conducía hacia uno de esos lugares, aunque quería que su estancia fuera breve. Sólo quería coger aire y reflexionar en ese sitio. Mientras ciudades y bosques iban quedando atrás, en su espejo retrovisor veía una sucesión de recuerdos en blanco y negro, incluso algunos que todavía tenían algún matiz de color, aunque el número de estos cada vez era menor. Vivía en una vida monocroma, porque nada de lo que le ocurría en los últimos tiempos parecía ser suficiente para teñir su vida. De todos modos, incluso los recuerdos de los que conservaba una imagen más nítida se iban diluyendo. Tenía claro que estaban en el pasado, pero no era capaz de borrarles porque nada les sustituía. Apuró un cigarrillo y soltó el humo despacio. La carretera estaba vacía, como su alma. Llevaba mucho tiempo deseando llenarla, pero cuanto más deseaba que algo se moviera dentro de ella, más sentía que perdía su contenido.
¿Por qué tanto empeño en conseguir algo que no sabes si ni siquiera te va a hacer mejor? Odiaba a todo el que se compadeciera de él. Tenía un gran defecto, su orgullo. Era consciente de ello, y ni siquiera consideraba que fuera un defecto, simplemente era una proyección de su superioridad sobre el resto. Un genio incomprendido que buscaba inspiración. La locura llamaba a su puerta cada mañana, y cada vez se hacía más difícil rechazarla. De hecho cada vez en más ocasiones sentía el deseo de abrazarla y dejar que fuera ella quien tomara las decisiones por él.
El la aguja del velocímetro se acercaba cada vez más al límite, sus músculos se pusieron en tensión, y descendió el pié al máximo. Ya no era él quien tomaba las decisiones. Quería llegar cuanto antes y descansar. Se tumbaría en su pradera y contemplaría como el mundo dejaba de girar y la paz volvía a su ser. Ya dudaba de todo, pero seguía confiando en que el universo todavía tenía algo que ofrecerle. ¿Merecía la pena creer en algo o existía algo en lo que todavía merecía la pena creer? Esperanza. No debía haberla perdido, pero lo había hecho. ¡Maldito imbécil!
La primera parte del viaje concluyó. Era muy tarde para yacer en el césped. La humedad agarrotaría sus huesos y no sería bueno para su cuerpo. Pero se lo merecía por torturar a su mente. De todos modos todo seguiría igual al día siguiente. Sería sólo un nuevo día soleado aquí en la tierra de Babilonia.
jueves, 28 de agosto de 2008
8. El viaje
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